Reproduccion de lo publicado en Santakomola.
Es bien sabido que la civilización romana, en muchos segmentos de su sociedad vivió adelantada a su época. Los romanos fueron los precursores de la viticultura moderna, crearon tratados de viticultura y ampelografía y estudiaron la adaptación al medio de las variedades. De alguna manera fueron precursores de los vinos con denominación de origen, ya que llevaban por todo el Imperio vinos de las provincias conquistadas: Tarraco, Barcino, Betulo y otros vinos de la Hispania también eran bien considerados y tenidos en cuenta en las mesas de los pudientes romanos. Además, crearon a nivel enológico nuevos vinos y técnicas de elaboración y conservación, a la vez que diferentes conceptos gastronómicos para ellos.
Vinos como vinum palssum, vinum mulsum y los vinos macerados en resinas, fueron obras maestras de la cultura enológica romana, vinos que quizás hoy no comprenderíamos, o quizás sí, pero lo cierto es que en esa época crearon estilo y tendencia.
Actualmente, de ese legado enológico tan solo nos quedan un puñado de escritos, cómo los de Columela y Paladio, alguna que otra ilustración en cerámicas y algo de interés de cómo podían ser esos vinos con los que hace más de 2000 años nuestros ancestros se deleitaban y disfrutaban.
Fruto de este interés, de la mano del viticultor Miquel Sunyer, del enólogo Josep M. Vaquer y el historiador Antonio Aguilera en la Terra alta han recuperado el buen hacer de la elaboración del vino Mulsum, que literalmente traduciríamos como vino amielado, una ¨receta romana” de un vino elaborado a partir de la fermentación conjunta de los mostos frescos de uva y miel.
Este vino fue muy apreciado, no solo por la civilización romana, sino también por la griega. Fue el vino preferido por los gourmets grecorromanos para acompañar postres, pero sobre todo como aperitivo antes de las fastuosas mesas romanas. Se servía en la primera parte de la cena, la llamada gustatio que, influída por la importancia del vino Mulsum, pasó a llamarse promulsum.
El Mulsum es fruto de los mostos frescos de Garnacha blanca bien madura de la Terra alta junto a la miel y representa la materialización contemporánea de los sabores de hace más de 2000 años. Es el resultado de un estudio meticuloso que ha seguido fielmente las instrucciones de vinificación y las proporciones indicadas en los textos de Columela y Paladio.
Gracias a esta investigación de la historia, la antigua enología y la inquietud de sus promotores el Mulsum ha vuelto a la vida después de 2000 años.
Por mi parte he de reconocer que me gusta la iniciativa y me atrae el hecho de poder probar un vino, que posiblemente en Santa Coloma ya se elaboraba y se bebía hace más de 2000 años. Me ilusiona pensar que aquellos colomenses de época romana ya eran buenos gourmets en una ciudad que hoy día se considera gastronómica.
Con un color amarillo pálido y ribetes dorados, de lágrima densa y lenta, muy límpido y brillante, con aromas que desde el primer momento saltan de la copa y recuerdan a la uva bien madura, a cítricos interesantes, y flores blancas. Un preciado toque de frutas maduras de hueso y grandes notas de miel, de brezo y de monte bajo. Todo ello junto a una extremada sutileza y armonía. Deja la boca dulce y aterciopelada, amielada al extremo, pero con una fresca chispa cítrica. La verdad es que la cata de este preciado vino dulce es muy placentera y extraña pues conjuga el sabor y olor de un vino junto a la sutileza de la miel. Desde luego no te deja indiferente, pero he de reconocer que es un poquito difícil de entender.
Debería ir al Turó del pollo, al museo de Torre Balldovina o quizás a las antiguas viñas de la ciudad con una botellita de Mulsum y tomarme una copita con los ojos cerrados para hacerme a la idea de que sentían nuestros abuelos romanos cuando probaban ese vino.
Paco Cordero
No hay comentarios:
Publicar un comentario